Enfrentando las enfermedades mentales en pandemia
Un estudio publicado en mayo detectó que el 32% de los entrevistados había experimentado síntomas asociados a problemas de salud mental durante las últimas semanas, mientras 46% sospechaba padecer depresión. Tres personas nos cuentan cómo decidieron enfrentar esta realidad.


- julio 25, 2021
“El encierro desreguló todo lo que había trabajado los últimos años, haciéndome llegar nuevamente a una depresión más fuerte y teniendo que retomar la medicación y la psicoterapia de forma frecuente”.
Billy Solar padece de depresión endógena, diagnosticada a los 19 años. Desde entonces, ha asistido constantemente a control con la misma profesional de la salud con el objetivo de mantener regulada su serotonina.
Un año y medio antes que aterrizara el covid-19 en Chile, este penquista vivió un cuadro más complejo. Comenzó a tratar médicamente un trastorno de ansiedad que arrastró una depresión, que lo obligaron a mantener un tratamiento con fármacos. “Tuve el alta a fines de febrero de 2020”, relata.
A sus 28 años, se despedía de una nueva crisis esperando retomar su vida lo más normal posible. Pero, no fue así.
“La llegada de la pandemia fue justo después del alta. Es casi un chiste que haya podido cambiar hábitos de los cuales dependía para salir de mi casa, y ahora, con el aislamiento, ha sido una constante prueba de cómo utilizo las herramientas aprendidas en terapia para no volver a sentir ansiedad”, comenta.
Este comunicador audiovisual reconoce que lo más difícil de lidiar en pandemia respecto a su salud mental ha sido adaptarse a las limitantes sociales y ambientales. Vive con su hermana menor y hay días que debe sumirse en una soledad absoluta. “Tiendo a aislarme y ensimismarme y a veces me comienzo a deprimir por mantener una dinámica tan monótona y repetitiva”.
Agrega: “Hay que asumir que uno no puede con todo solo y aceptar que se vive en una sociedad codependiente, pero que hoy está condicionada a restricciones, produce mucha incertidumbre”.
En mayo de este año, una nueva versión del estudio de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) y la Universidad Católica (UC), desarrollado en marco de alzas en los contagios y confinamiento masivo, arrojó que el 32,8% de las personas presentaron síntomas asociados a problemas de salud mental durante las semanas previas, seis puntos más que la medición de noviembre del año pasado.
El estudio también mostró que un 46,7% de las personas exhibió síntomas suaves a severos de depresión, un 9% más que en noviembre. Sin embargo, se estima que el número sería más alto, ya que no todos reconocen padecer algún trastorno.
¿A qué se deben puntualmente estas alzas? ¿Cómo están combatiendo la salud mental los chilenos en plena pandemia? ¿Hay desinformación frente al tema?
Trastornos que agravó la pandemia
Según el artículo Predictores de síntomas de ansiedad, depresión y estrés a partir del brote epidémico de COVID-19, publicado en la Revista de Psicopatología y Psicología Clínica este año, “los brotes epidémicos, considerados como desastres naturales, impactan en forma intensa el comportamiento y el bienestar psicológico de gran parte de la población, provocando a menudo miedo y ansiedad”.
Así lo confirma su autora, la doctora en psicología, investigadora y académica de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Central (UCEN, Mariela Andrades-Tobar, quien asegura que “ha habido un aumento respecto a los problemas psicológicos en la población en general, lo que se ha visto reflejado en el aumento en las atenciones psicológicas y psiquiátricas y en el incremento en los psicofármacos”.
“Era esperable”, manifiesta Andrades-Tobar al referirse al crecimiento de personas que han acudido a sesiones psicológicas. “Antes de la pandemia, la población chilena, ya tenía altos índices de problemas en la salud mental. Por lo tanto, lo que está ocurriendo en la salud mental de nuestra población era de alguna manera esperable ya que frente a situaciones como una pandemia, los problemas psicológicos, se acrecientan”.
El estudio, realizado a más de 2 mil personas mayores de edad, arroja que “el porcentaje de personas con depresión leve o superior es de 49,5%, con ansiedad leve o superior es de un 43,3% y con estrés leve o superior es de un 74,1%”.
Para la investigadora, estas altas cifras se deben a diversos factores que se han intensificado durante la pandemia. Una de ellas es la depresión y la ansiedad que produce la cesantía, el agobio que provoca el hacinamiento y los problemas para dormir, que terminan siendo el precursor del agotamiento asociado al estrés.
“De alguna manera esta pandemia vino a visibilizar las extremas condiciones en las que habitan algunas personas. Así como también la violencia intrafamiliar”, asevera.
En la misma línea, el psicólogo y académico de la UCEN Ricardo Bascuñán detalla que principalmente han aumentado durante la pandemia son los “casos más complejos”. Han crecido los “cuadros asociados a angustia y depresión”, como también ha notado la preocupante alza de “casos de violencia intrafamiliar y de consumo problemático de drogas”.
Para el académico, este aumento también se debe a que las personas han pospuesto comenzar algún tratamiento psicológico para beneficiar otras cosas, deteriorando su salud mental.

“La falta de recursos en salud, el condicionamiento que genera el nivel socioeconómico, la precarización laboral y las exigencias del mundo de la educación han confluido, junto con otros factores, a que la salud mental haya quedado postergada y, de no intervenirse pronto, se agudizarán probablemente como parte de los efectos de la pospandemia”, subraya.
Según el artículo, existen distintos factores que se asocian a problemas de salud mental en relación a la pandemia por covid-19. Entre el alto número de entrevistados se detectaron “altos niveles de depresión, ansiedad y estrés en población general durante la pandemia”, también que “ser mujer parece ser condición de riesgo para la ansiedad y estrés”, que “tener hijos predice mayores niveles de estrés” y que “la soledad se relacionaría con mayores problemas de salud mental”.
«El estar mal me hacía sentir doblemente peor porque pensaba que podía transmitirle todo lo que me estaba pasando a mi hijo.»
Las mujeres, las más deprimidas
Según la Encuesta Bicentenario sobre salud mental en pandemia, las mujeres con niños en el hogar son las que presentan mayor nivel de estrés psicológico, agudizando el estrés familiar. De quienes declaran tener síntomas, el 51% dice tenerlos más frecuentes que antes. El rango entre 35 y 64 años sería el más afectado.
En definitiva, el confinamiento evidenció una alta prevalencia de depresión femenina debido a una inequidad de roles de género y una triple carga para ellas. En el Termómetro de la Salud Mental, las mujeres tienen casi siete puntos adicionales de prevalencia de síntomas de problemas de salud mental que los hombres.
Carolina Martínez, de 35 años, enfrentó el inicio de la pandemia estando embarazada de su primer hijo. En un principio reconoce que el encierro se lo tomó bien, así podría cuidarse del covid-19 y de cualquier complicación pero, con el paso de los meses, le empezó a afectar psicológicamente.
El no contar con apoyo fue lo más duro. Sin la presencia de su familia en Santiago y sin una red que le ayudara a vivir como corresponde dicho proceso, le pasó la cuenta. “Fue una etapa muy solitaria”, reconoce.
Esta diseñadora gráfica se dio cuenta de que comenzó a canalizar todas sus penas y preocupaciones a través de la comida. Así evadía la soledad, la tristeza de vivir su primer embarazo encerrada. Y la culpa también estaba presente: “El estar mal me hacía sentir doblemente peor porque pensaba que podía transmitirle todo lo que me estaba pasando a mi hijo”.
Así reprimió lo que más pudo, por el bienestar de ambos hasta su nacimiento, donde Carolina finalmente estalló al notar que su vida tomaba un giro de 180 grados.
“Me vi superada. Lloraba todo el día. Siempre sentí que podía medir mis emociones, pero llegó un momento en que ya no pude más”, cuenta. Ahí fue cuando dijo suficiente. Pidió hora al psiquiatra, quien le diagnosticó una depresión que debía ser tratada ya con medicamentos.
Su médico le pidió que tratara de salir y evitar el encierro. Para Carolina eso fue imposible: “Seguíamos en pandemia y me podía contagiar, y aunque esté vacunada, mi hijo no. Entonces, no podía. Además, he tenido problemas físicos sobre todo en la espalda, que me han impedido realizar deportes o actividad física. No ha sido opción, menos sin tiempo ni ayuda”.
Pero, sin duda, lo más difícil ha sido la soledad, el no tener una red de apoyo. “A tu familia, a tus amigos, el poder salir, sé que esas cosas me podían ayudar. Las veo tan difíciles actualmente, es mucha carga y juega una mala pasada. Para aquellas madres que lidian con niños más grandes tiene que ser mucho peor”, agrega.
Las mujeres han tenido una mayor carga en pandemia que repercute directamente a su salud, tanto mental como física, y al estar preocupadas de cuidar a los demás, tardan más en pedir ayuda.
“A la gente le cuesta mucho asumir que tiene un problema mental porque está la típica estupidez que, si uno dice que va a ir a psicólogo o psiquiatra, te dicen que estás loca. Hay un prejuicio. Uno necesita ayuda y para eso están los profesionales. Hay que normalizarlo, debería ser casi un chequeo de rutina”, finaliza.
«(Ha ayudado) realizar actividades que brinden bienestar para así sobrellevar los efectos de la pandemia, tales como practicar yoga, ejercicios de respiración diafragmática, escuchar música, apagar la televisión, por ejemplo.»
Salud mental accesible para todas y todos
Apenas se decretó el confinamiento en el país, Daniel Bravo miró con optimismo aquella situación: “Como todos, ingenuamente, pensé que este tiempo de pandemia sería un momento de paz, para poder quererte y quedarte en casa. ¡Qué rico!, me decía. Sin sospechar que sería un tiempo largo, tedioso y de mucha soledad”.
“La situación de confinamiento generó distancia física y en algunos casos, disminuyeron las relaciones sociales, lo que puede haber generado una sensación de soledad. Algunos estudios dan cuenta que la soledad tendría efectos adversos en el rendimiento cognitivo y se relacionaría con alteraciones del sueño, y efectos perjudiciales en la salud física, mental y en el bienestar social”, detalla el estudio de la doctora Andrades-Tobar, quien precisa que casi tres cuartas partes de las personas encuestadas afirmó que durante la pandemia “tenía problemas para dormir”.
Justamente en 2017, el periodista de 42 años comenzó con trastornos en el sueño. Recién se había separado de su pareja y se desvelaba fácilmente, además de estar constantemente irritable. Sin embargo, en ese momento no pidió ayuda. “Pensé que era pasajero”, explica.
“En 2019 muere mi madre y a los meses comencé a sentir temor nocturno, transpiraba fácilmente y mis piernas eran unas verdaderas ‘lanas’. En agosto de ese mismo año colapsé. Sufrí una severa crisis de pánico en mi casa, que incluso hasta el día de hoy me da terror recordarla por esa sensación de muerte que te invade”, manifiesta.
En ese momento Daniel decide hacerse cargo de su problema y pedir ayuda, sin pensar lo que provocaría en él la pandemia.
La soledad del confinamiento le pasó la cuenta. Él sentía que si no hacía algo volvería a caer en los mismos síntomas y apenas notó que la pandemia lo estaba afectando, volvió a pedir ayuda. “Decidí hacerme cargo de lo que me pasaba, porque a veces nos avergonzamos y no verbalizamos lo que nos está pasando. Recurrí a un psiquiatra. Decidí medicarme, cambiar algunos hábitos de mi vida, cómo salir en bicicleta y recorrer la ciudad. Recorrer Santiago en ella me ha salvado”.
Precisamente, el académico Ricardo Bascuñán detalla que además de los tratamientos psicológicos y la atención con psiquiatras, también en este tiempo ha ayudado “realizar actividades que brinden bienestar para así sobrellevar los efectos de la pandemia, tales como practicar yoga, ejercicios de respiración diafragmática, escuchar música, apagar la televisión, por ejemplo”.
Daniel también pidió volver a trabajar a su oficina en Santiago Centro algunos días de manera presencial. “Eso me dio un aliciente. El solo hecho de salir de tu ‘cápsula hogareña’, caminar, respirar, ver algo de gente, ya hacía más normal y llevadera mi vida. Sin duda eso ayudó a que no volviera el colapso mental del que había sido víctima en 2019”.
Tal como Daniel, Billy también se hizo cargo de su enfermedad, aunque reconoce que a veces cuesta aceptar que uno padece algún problema relacionado con la salud mental.
“Yo entiendo que para todos no es fácil asumir y mucho menos darse cuenta que uno está mal. Agradezco el estar desde muy joven siempre en control y autoobservación, porque de otra forma no me daría cuenta. De igual manera, esta última vez esperé mucho. Se me desregula el cerebro de forma química, entonces dejo de secretar la serotonina suficiente y tengo que pedir ayuda profesional porque de lo contrario me es difícil incluso levantarme”.
Billy cuenta que para él la salud mental es tan importante como la salud física. “Entiendo que esta es una idea muy alejada para muchos y que separan la salud mental como si fuese una emergencia. En mi caso, esta última la he cuidado con mi alimentación principalmente, pero también intento hacer cosas nuevas. Soy una persona creativa que me mantengo ocupado todo el día. Me compré un instrumento para aprender algo nuevo, compro cursos de diseño o ilustración y compongo”.
Otra vía que el joven penquista encontró fue el mindfulness: “Estuve en un taller de grupo de regulación de emociones, instancias en las cuales se dan estos espacios donde no hay juicios de valor, con una comodidad y calidez que en momentos complicados o vulnerables a uno lo ayudan a descansar de estar sosteniendo muchas veces una estabilidad que se ve quebrada o más débil”.
Sin embargo, todo tratamiento o actividad, en su gran mayoría, implica un desembolso económico importante, algo que preocupa en Chile pues el sistema AUGE/GES sólo cubre cinco patologías relacionadas a la salud mental de las 85 en total, sumado a la tasa de desempleo que no baja del 10% durante 2021.
Con pocas enfermedades de salud mental cubiertas por el Estado y con un alto número de trabajadores sin empleo ni ingresos económicos, el número de personas con problemas a su salud mental seguirá en aumento. Lo que se suma a las cifras publicadas por el Termómetro de la Salud Mental, que reveló que sólo un 21,9% de los encuestados sospecha o presenta un problema de salud mental y un escaso 14,5% ha recibido atención durante la pandemia de un médico o psicólogo.
“Hay mucha desinformación y prejuicio”, explica Billy. “Aún está esa idea de que al psicólogo sólo van quienes están mal cuando no es así. Yo intento educar un poco desde mi experiencia, mostrar que ir al psicólogo una vez al año es el equivalente a hacerse exámenes de rutina o ir al dentista, hay que ir para un chequeo y no esperar a estar mal”.
En la misma línea, Daniel afirma que hay ignorancia frente al tema, sobre todo aludiendo al bajo porcentaje de personas que tratan su salud mental. “Y cuando hablo de ignorancia es porque nos da miedo hacernos cargo de lo que nos está pasando. Nos automedicamos, por ejemplo. Esto sumado a los altos costos que estas patologías traen. No podemos estar desembolsando $65 mil pesos cada 15 o 30 días en psicólogos o psiquiatras, sin mencionar el elevado costo de medicamentos para mantener una ‘paz mental’ más o menos acorde”.
Daniel nos cuenta que cada sesión al psiquiatra le reembolsan menos del 50% y que gracias a que su patología se encuentra en el GES paga mucho menos por su medicación.
Justamente, la encuesta de la ACHS-UC reveló que el 65,6% de los encuestados con problemas de salud mental encuentra que las prestaciones de salud en relación a estas patologías son malas o regulares, mientras que en el caso de las personas con depresión ese número aumenta a 74,6%.
“Se necesitan nuevas políticas de salud mental que aseguren una buena atención, con profesionales y valores acordes a ello”, asegura Daniel. “Espero que en la nueva carta magna se tome este punto y se haga factible. Debe ser el Estado quien tome las riendas en este tema”.
“Hay que conversar de terapia, conversar de uno mismo, compartirlo. Últimamente he podido conectar con gente que ha pasado por lo mismo que yo y conversarlo me hace sentir acompañado y comprendido, es mucho más amigable cruzar por estas situaciones de esa manera”, finaliza Billy.
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