“Seguimos donde mismo”: el número de personas en situación de calle que no disminuye

Según cifras oficiales, son alrededor de 16 mil personas en Chile en situación de calle, aunque organizaciones creen que son más, incluso 30 mil. Entre agresiones físicas, alcoholismo y muerte viven todavía tres de personas que entrevistamos en marzo.

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Desde que se inició la pandemia hemos experimentado cambios profundos y drásticos que han afectado nuestro diario vivir. Aprendimos sobre virus, contagios y medidas de protección. También a la fuerza comenzamos a usar más la tecnología para poder comunicarnos, comprar, estudiar y trabajar. Y tuvimos la muerte (y aún la tenemos), tan cerca nuestro como nunca antes la habíamos tenido. Algunos perdieron negocios, otros el empleo, y también hubo quienes perdieron sus hogares. Sí, algunos se quedaron sin hogar, en la calle.

El 14 de marzo de este año, escribí una crónica sobre las personas en situación en calle y qué fue lo que los había forzado a vivir a la salida de una estación de metro, en una plaza, bajo un puente o en alguna esquina de la ciudad. Conocí a Viviana (35) quien me contó cómo la pandemia la llevó a vivir en la calle con su marido. Sin trabajo ni dinero tuvieron que dejar la vivienda que arrendaban en Estación Central.

También conocí a Pancho (29) y Toño (27), dos jóvenes de San Antonio que llegaron a la capital con sueños y ganas de surgir, pero que no pudieron cumplir por culpa de la pandemia, y sin trabajo ni dinero para regresar, tomaron la difícil decisión de vivir en una carpa cerca de la posta central.

Y Carlos (55), el hincha de la Universidad Católica que desde hace años se encuentra en situación de calle, anhelando vivir bajo un techo, con las cosas que ha reunido en lo que él llama hogar: su carpa, su colchón de plaza y media, su mochila y todos los recuerdos que tiene del club deportivo de sus amores.

¿Qué será de cada uno de ellos? ¿En qué estarán? ¿Seguirán en la calle los que aún se mantenían en esa situación en marzo? Y los que habían logrado dejarla, como Viviana y su marido, ¿habrán podido mantenerse bajo un techo en esta segunda ola de confinamiento durante el primer semestre del 2021?

El desconfinamiento, el cese de algunas restricciones y el fin de toque de queda ha implicado que más personas salgan a las calles en busca de oportunidades, que existan mayores alternativas laborales y que mejore la situación económica de algunos de ellos. En cambio para otros, el término de cuarentenas significó volver a ser invisibles.

A siete meses de la primera entrevista Carlos, Pancho y Toño siguen en las calles. De Viviana les contaré más adelante.

“Aquí seguimos, poh mijo. Seguimos donde mismo”, dice Carlos al verme con ese optimismo que siempre lo ha caracterizado. “Ahora es como si no existiéramos”, me cuenta Pancho. “Con más personas en las calles ya nadie se da cuenta que seguimos aquí”.

Según cifras oficiales, hasta noviembre de 2020 habían aumentado en 500 el número de personas en situación de calle (la última actualización era hasta agosto de 2020). Hoy se estima que son más de 16 mil personas en Chile en esa situación, pero agrupaciones como Fundación Gente de la Calle, cree que podrían llegar a ser 30 mil.

Sólo perceptivamente uno ve más personas viviendo en las calles, sobre todo en comunas de la periferia de Santiago como San Bernardo, Puente Alto, Maipú, Quilicura y Huechuraba, por nombrar algunas.

¿Por qué cuesta tanto salir de las calles? ¿Por qué, a pesar de tener todas las intenciones de querer dejarla, algunas personas siguen ahí? ¿Falta ayuda, se requiere más apoyo? ¿En qué estamos fallando? ¿Qué es lo que realmente necesitan?

El complejo desafío de dejar las calles

“Siéntese, poh mijo. Siéntese ahí al lado de la mesita”. Carlos me invita a pasar a su living, el sector que antecede a su carpa y que ha podido armar gracias a regalos de vecinos y personas que pasan a diario y lo conocen. El living está compuesto por un sillón viejo que habían botado a la calle, un velador que sostiene un bidón de 5 litros con agua purificada, dos sillas de tapiz gastado y una mesa de centro con revistas de famosas celebridades que se encuentran perfectamente ordenadas para que pueda verse la portada de cada una de ellas. También hay una planta verde, lozana, aún con la tierra mojada, que se nota que ha sido bien cuidada.

Carlos ahora vive en el mismo lugar que antes, pero en otro sector. Dice que lo echaron de ahí, luego de haber discutido con una señora que lo había amenazado con llamar a la municipalidad para que lo sacaran. No lo quería ahí, cuenta que le decía, así que prefirió tomar sus cosas y cambiarse.

“Me cambié para no tener atados. Yo no quiero tener atados aquí, no quiero tener problemas con nadie la verdad. Pero hay gente que no le gusta ver gente en la calle y te amenaza, y te dicen que te van a echar. Por eso quiero una casa, poh mijo. Una casa para estar tranquilo”, confiesa.

Cuando conocí a Carlos en marzo estaba a pocos días de reunirse con trabajadores sociales de la Municipalidad de Santiago para poder buscarle un lugar donde pasar las noches, pero no tuvo éxito. “No sé por qué no me dieron una casa, no me llamaron más”.

Un trabajador del área de ayuda de social del mismo municipio cuenta que Carlos no pasó la entrevista porque no estaba dispuesto a a vivir con otra persona ni tampoco a dejar el alcohol. Él tenía un consumo problemático de alcohol, que había intentado dejar en varias ocasiones, pero no ha podido. Hoy, el mismo consumo que lo llevó a la calle, tampoco lo deja salir de ella.

“Yo tomo porque estoy solo, porque tengo pena, porque tengo rabia. No tengo a nadie y me pongo a llorar igual que una guagua. Llorando con pena, sí poh. Porque mi corazón me pide que llore. Me lo pide mi cuerpo, entonces lloro. ¡Soy ser humano!”, confiesa frustrado. “Uno quiere ver a su sobrino, a su familia y no se puede poh. Para eso necesito una casa, para dejar el copete pleno, para hacer una vida normal y ordenarme”.

“Si tú me preguntas si es muy difícil que la gente salga de la situación calle, yo te respondo que sí, es muy difícil”, asegura Francisco Román, director ejecutivo de Fundación Gente de la Calle, a quien entrevistamos también en marzo.

“Una de las complejidades que hay, muy relevante, es la permanencia en calle. Hay casos de personas que desde la infancia o la juventud llegan a la calle, y se mantienen ahí por cinco, diez, quince años, veinte años y más. Obviamente que las probabilidades y posibilidades para que esa persona salga de la calle se hace más difícil, porque hay una suerte de acostumbramiento, un cierto estado de confort, de manejo de la calle y de los códigos de la calle, que si bien tienen problemas, violencia, frío y hambre, han desarrollado estrategias para mantenerse”, agrega.

Otra de las dificultades que ve Román para dejar la situación de calle es que hay ciertas personas que nunca han tenido la experiencia de vivir en un casa, por lo tanto salir de la situación en la que se encuentran hoy “es un mundo”.

“Imagina los chicos del Sename, las personas que estuvieron mucho tiempo en la cárcel, la gente que antes vivía en psiquiátricos o quienes salieron de los hospitales expulsados en algún momento pero sin su tratamiento adecuado. Es un grupo que es forzado a vivir en la calle sin antes haber pasado por la experiencia casa, entonces obviamente son más resistentes, más reacios y es más difícil que ellos salgan de ese estado”, añade.

Vivir en la calle por culpa del covid-19

Para Andrés Millar, director técnico de Hogar de Cristo y quien también accedió nuevamente a darnos una entrevista, “salir de la situación de calle no pasa por la voluntad de las personas, exclusivamente. Requiere de apoyos, de soporte que deben estar disponibles, tanto por el Estado en primer lugar, como por la sociedad en general”.

Ya en marzo, Millar nos hablaba de la importancia de la Gestión de Casos: “Asignar un profesional para que acompañe a una persona en situación de calle y que esta se mantenga en contacto con los distintos servicios que el Estado entrega desde diferentes ministerios, para que desde un solo lugar se le puedan abrir las puertas a la vivienda, a un trabajo protegido, a un proceso de rehabilitación, entre otros”.

«Para salir de calle se necesita tener una vivienda, y el problema que hay para que este grupo de personas pueda acceder a una vivienda es que es considerada como un premio.»
— Andrés Millar, director técnico de Hogar de Cristo.

Y es que para salir de la calle lo que se necesita es una vivienda, porque tal como lo dice Carlos: “Necesito una casa para poder estar tranquilo, para poder trabajar, para poder estar bien, para normalizarme. Quiero descansar y no dormir a saltos”.

El largo camino lleno de requisitos para acceder a una vivienda

Al comienzo de la pandemia, durante sus primeras semanas en Santiago y pernoctando a la intemperie, Pancho y Toño pudieron acceder a una vivienda, gracias a un subsidio que entrega la Municipalidad de Santiago a personas en situación de calle. Con lo poco que traían ahorrado de San Antonio, ingresaron al programa de copago para alquilar. Sin embargo, sólo estuvieron bajo techo pocos días.

Problemas con los vecinos, principalmente, fue lo que marcó su salida del edificio. “Había discriminación. No nos querían ahí”, afirma Pancho, quien junto a Toño lleva casi 20 meses en la calle.

Desde ese momento, nunca más pudieron acceder al programa. No porque les hayan cerrado las puertas en la municipalidad, sino porque no habían logrado el dinero necesario para poder llegar al copago y arrendar una vivienda, pues con el paso de los meses cada vez fue más difícil encontrar un trabajo estable y con lo que ganaban limpiando vidrios de autos no les alcanzaba para ahorrar. Con la poca plata que quedaron, posterior a su experiencia en el programa de la Municipalidad de Santiago, decidieron comprarse una carpa. Ese ha sido su hogar hasta hoy.

Si para la gran mayoría de los chilenos es complicado comprar o simplemente arrendar una casa, es realmente incuantificable el desafío de una persona en situación de calle para acceder a una vivienda, partiendo de la base de la enorme cantidad de requisitos que deben cumplir para acceder a este tipo de beneficios.

Carlos, por ejemplo, hoy cumple con todas las condiciones que le exigen para acceder a una vivienda. Por un lado, para acceder al programa Vivienda Primero del Gobierno, ha estado bajando su consumo de alcohol y está dispuesto a vivir con otra persona; y por otro, para acceder al programa de la municipalidad, ya cuenta con dinero para poder dar el copago de arriendo, gracias al Ingreso Familia de Emergencia que recibió retroactivo hace unos días. Sin embargo, aun así, sigue viviendo en la calle.

“Para salir de calle se necesita tener una vivienda, y el problema que hay para que este grupo de personas pueda acceder a una vivienda es que es considerada como un premio”, explica Millar. “Muchas veces te dicen que si tú haces un tratamiento de alcohol y drogas, si recuperas a tu familia o si encuentras trabajo, entonces recién se podría dar la posibilidad de tener un vivienda. Es un premio que se le da, por lo que antes le habían exigido. Por lo tanto, la vivienda no es concebida como un derecho”.

Y no solamente son los obstáculos que antes mencionaba los que han impedido que Carlos pueda acceder a una casa. Con sus ganas de vivir bajo un techo, la fuerza que ha demostrado al dejar paulatinamente el alcohol y con el dinero en su cuentaRUT para el pago, se suma otra barrera mucho más grande y que es la última y gran puerta que le cierran. Para que Carlos pueda acceder a una vivienda, debe buscar él mismo el arriendo: contactar arrendadores, visitar viviendas, exponer su situación de calle, explicar que será un copago con el municipio, siendo expuesto a posibles actos de discriminación y revulnerándolo.

“El acceso a la vivienda tiene que ser con acompañamiento”, sostiene Román. “Porque no solamente existe el problema de techo, sino también otras complejidades sociales: adicciones, traumas, problemas en su salud mental, violencia, abusos, no saber administrar una casa porque nunca la tuvieron, etcétera. Entonces, tiene que ser con un acompañamiento que le permita a la persona apropiarse, adueñarse, ser autónomo, lograr un nivel de autosuficiencia que es básico para que uno viva solo o que viva por sus propios medios. No basta con que puedas acceder a un techo, debe ser acompañado de acciones, de un programa que permita ir resolviendo lo cotidiano que van a ir enfrentando las personas”.

La violencia es una de las complejidades de las que más son víctimas las personas en situación de calle. La misma intemperie, principalmente durante las noches, los deja indefensos frente a cualquier tipo de amenaza. Ese es el caso de Pancho que hoy, a diferencia de marzo, lleva cicatrices y hematomas en su rostro, evidencia de golpes y cortes efectuados hace no mucho tiempo.

Esta vez me encontré solo con Pancho en su carpa. Estaba aún adolorido y consumiendo alcohol para “hacer que duela menos todo esto”, como dijo él mismo. Cruzando la calle, justo frente a nosotros está Toño, sentado en el umbral de la puerta de una casa, mirándonos. También tiene heridas de haber sido golpeado, pero se encuentra en mejores condiciones que Pancho.

“Está mal mi relación con el Toño, está pésima”, confiesa. “Todo mal entre nosotros. Vivir en la calle nos puso violentos, nos imaginamos cosas que no son, nos pasamos rollo y pasamos puro peleando. Esto me lo hizo él”, me muestra su cicatriz aún sin cerrar del rostro. “Lo hizo con una botella, porque yo me defendí. Estábamos curaos, enojados, enrabiados con todo. Esto no es vida”.

«Ya no puedo más, no quiero mas. Si sigo aquí esto va a terminar pésimo. Te hablo muy en serio: o me va a matar él o lo voy a matar yo, así de cuático”.»

— Toño, quien vive en la calle.

Hace por lo menos dos meses que Pancho no recibe su IFE. Perdió su carnet, su cuentaRUT y nunca más pudo sacar dinero de los cajeros automáticos ni retirarlo del banco. Me cuenta que ha ido varias veces al Registro Civil, pero que le dicen que hay que pedir hora previamente por internet. Pancho no tiene celular, no tiene cómo ni dónde pedir hora y lo único que quiere es partir.

“Lo único que quiero es irme a San Antonio a la casa de mi mamá. Quiero irme, porque esto va a terminar mal”, cuenta angustiado. “Ya no puedo más, no quiero mas. Si sigo aquí esto va a terminar pésimo. Te hablo muy en serio: o me va a matar él o lo voy a matar yo, así de cuático”.

Trabajadores del área social de la Municipalidad de Santiago ya están al tanto de los hechos de violencia que hay entre Pancho y Toño. Citaron a Pancho a las oficinas de la calle Santo Domingo para ver la forma de acelerar el trámite de su carnet y ver la posibilidad de que viajara a San Antonio. Hasta la fecha de la entrevista, no había ido.

Mujeres y personas mayores: prioritarios en situación de calle

Durante la pandemia, Carlos vivió una situación traumática que cada vez que lo cuenta se conmueve. Un hombre de 84 años vivió con él por unas semanas. Le prestó el colchón extra que tenía a un costado de la carpa y todo lo que compraba para comer lo compartía con él. “Era viejito, estaba muy viejito”, relata.

Para Carlos era su nuevo amigo, una nueva compañía que le hacía pasar los días de manera más rápida. Hablaban de lo que veían en los diarios, de lo que escuchaban en la radio, de fútbol y también de política. Pero un día el hombre enfermó y cada vez empeoraba más. “Yo lo llevé a la posta, al tiro lo llevé a la posta, porque yo he visto cómo la gente muere en la calle y no quería que él se muriera”.

El Registro Social Hogares, estima que más de 16 mil personas en Chile se encuentra actualmente en situación de calle, de ellas el 19% son personas mayores, según detalla Andrés Millar. “Hay más de 3 tres mil adultos mayores que se encuentran en situación de calle y que pueden morir en la calle. Entonces el Estado debiera generar un programa prioritario para ellos y que los políticos se pongan de acuerdo para pesquisar los recursos necesarios para este grupo, para sacarlos de la calle, pero no con un albergue, con el programa Vivienda Primero: una vivienda unipersonal, digna, bien ubicada”.

Sacar a las personas mayores de la calle es evitar que mueran. Algo que Carlos no pudo impedir, ya que luego de dejar a su amigo en la posta, este falleció a las horas. “Fui a preguntar y me dijeron que ya se había muerto. Igual fue penca, porque a las finales uno va teniendo sentimientos y cariño hacia él. Es que un gallo de esa edad, tení que mandarlo a un asilo para que lo cuiden para que le den remedios. No a la calle”, asegura molesto.

A Carlos le apena que su amigo haya muerto solo, que su familia quizás nunca haya sabido que murió y que su cuerpo tal vez termine en una “huesera”, como él la llama. “Yo sé que si tengo una casa, mi familia me va a venir a ver y yo voy a tener un lugar para morir”.

Tan importante como tener una vivienda para vivir es también tener un nicho para morir. De eso se ocupó la Fundación Gente de la Calle, que el 21 de septiembre puso la primera piedra en el Cementerio General del Mausoleo Memorial Dignidad, un espacio para que las personas en situación de calle puedan descansar en paz.

Según cifras del Ministerio de Desarrollo Social y Familia, en Chile cada tres días mueren dos personas en situación de calle. Y a pesar de que no se puede prevenir la muerte ni impedir que las personas en situación de calle sigan muriendo, hay un deber de poder entregarles una vida mejor para que, por lo menos, puedan vivir más, pues una persona en situación de calle tiene una expectativa de vida de 20 años menos que el común de las personas.

“Para mí es un dato brutal”, afirma Francisco Román. “Es por eso que tenemos que hacer los esfuerzos para que esas personas, que queremos que vivan más años, vivan más dignamente en esos años. Y eso es política pública. Política pública estatal, intersectorial e interministerial”.

Además de un programa prioritario a personas mayores en situación de calle, como propone Millar, también existe la preocupación por las mujeres que se encuentran en la misma condición, que a pesar de ser un número mucho menor al de los hombres, la gran mayoría de ellas (el 66%) se encuentra entre los 18 y 49 años, según cifras del Ministerio de Desarrollo Social y Familia.

Este rango etario es el que preocupa a Fundación Gente de la Calle, pues luego de percatarse que dentro de la ayuda “Alimentos para Chile” que entregó el Gobierno, en algunas cajas no venían productos de primera necesidad, como los relacionados con la menstruación.

Viviana, en la entrevista de marzo, contó que una de las cosas que más le costó durante su estadía en la calle fue todo lo que implicaba con el baño. “Al principio pedía baños acá en algunos lugares, pero después ya no se podía o no querían. Yo nunca había vivido en la calle, entonces imagínate, ¿cómo hacía yo para hacer mis necesidades, para lavarme, para el tema de la toallita? Me daba vergüenza”, relataba.

Y es que menstruar en la calle no es fácil, teniendo en cuenta que no están las condiciones ni tampoco los recursos para adquirir este tipo de productos. En Chile, según Fundación Sol, el 64% de las mujeres ocupadas tiene una remuneración por debajo de la línea de la pobreza, sumado a que “las mujeres destinan aproximadamente $4 mil mensuales para la compra de productos menstruales como toallas, tampones o copas menstruales, por lo que el gasto anual ronda los $48 mil”, revela la página de la fundación.

Para Román, lo que ocurre aquí es lo que la fundación ha llamado “la pobreza menstrual”. “Las mujeres pobres viven el proceso menstrual con muchas carencias. Hay testimonios de cosas horribles, de usar cosas más artesanales, pero brutales. Y esto no es solamente con las mujeres en situación de calle, nos hemos dado cuenta que lo mismo pasa en las cárceles, en los campamentos y en los barrios pobres. Poner el tema de la pobreza menstrual es poner un tema político, porque para nosotros esto tiene que ser asumido por el Estado”.

Millar concuerda en que la pobreza debe ser combatida con políticas públicas, con intervención activa del Estado y la participación de todas y todos. “En Chile hay situaciones de extrema pobreza. Por supuesto el grupo de las personas que están en situación de calle son de las peores expresiones de la extrema pobreza, pero como te dije, no depende solamente de ellos para salir de esa situación. Hay que ayudarlos, sobre todo a quienes tengan mayor historia en calle, mayor deterioro, mayor abandono, situaciones traumáticas desde la infancia. Por eso requieren apoyo y ayuda de equipos profesionales”.

Desde el inicio de este reportaje, traté de contactar a Viviana para poder entrevistarla. Su número de teléfono ya no estaba disponible y ninguna de las personas que antes me había dado su contacto sabía ni de ella ni de su marido desde hace meses.

Según lo que esas mismas personas me comentaban, se rumoreaba que tal vez había fallecido, otros suponían que se había ido fuera de Santiago y algunos creían haberla visto por el Barrio Meiggs. Era como si a Viviana se la hubiera tragado la tierra.

Luego de varias gestiones y gracias a la ayuda de conocidos de Viviana, logré contactarla y le envié un mensaje por WhatsApp para preguntarle si quería acceder a una nueva entrevista. No contestó.

Sin embargo, luego de dos días un mensaje de Viviana llega a mi celular: “La verdad es que no fue un periodo que quisiera recordar en mi vida. Lo estuve pensando, pero no quiero. Quiero olvidar ese tiempo porque fue doloroso. Disculpa”. Viviana ahora vive en el sur con su marido, nos imaginamos que se encuentra bien.

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