Los hombres de Karadima: ¿quiénes formaron y apoyaron al exsacerdote?
Durante años, Fernando Karadima tuvo una red de protección que ayudó a que en principio las denuncias de abusos sexuales no fueran investigadas, y después para intentar que no fuera condenado. El exsacerdote murió, sus discípulos y encubridores no.
- julio 26, 2021
En completa impunidad judicial falleció el domingo por la noche, a los 90 años, el exsacerdote católico y párroco de la iglesia de El Bosque de Providencia, Fernando Karadima, acusado de abuso sexual a menores y declarado culpable por la Santa Sede de los cargos de efebofilia y abuso del poder.
“El depredador sexual más famoso de Chile”, así lo definió la BBC en 2018, luego de que fuera expulsado del sacerdocio por el papa Francisco. Una sentencia que los propios denunciantes han declarado que llegó tarde, pues la Iglesia Católica tuvo conocimiento de las denuncias 15 años antes.
Justamente en 2003, el filósofo y actual director de Fundación para la Confianza, José Andrés Murillo, denunció a Karadima ante la Iglesia. Al año siguiente lo hizo la esposa del médico James Hamilton y en 2005 el propio Hamilton.
Cuando las acusaciones salieron a la luz pública en 2010, el entonces arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errázuriz, tuvo que salir a dar explicaciones por no investigar a tiempo los abusos denunciados siete años atrás. ”Desafortunadamente, en ese momento no pensé que las acusaciones fueran creíbles”, dijo.
El proceso judicial canónico recién en 2011 determinó que Fernando Karadima era culpable de los abusos que se le imputaban.
La condena por abusos sexuales fue llevar una vida de retiro en oración y penitencia. Se le prohibió, de manera perpetua, el ejercicio público de cualquier acto del ministerio, principalmente la confesión y la dirección espiritual. También tener contacto con antiguos feligreses y, además, asumir cualquier encargo de la Unión Sacerdotal.
El Arzobispado de Santiago, a cargo en ese entonces del monseñor Ricardo Ezzati, era el responsable de velar por la correcta y efectiva condena de Karadima. Le asignaron el convento de las Siervas de Jesús de la Caridad, en Providencia, como su nuevo lugar de residencia, donde estuvo hasta 2017, cuando lo trasladaron al Hogar de Ancianos San José, de las Religiosas de la Congregación de Santa Teresa Jornet en Lo Barnechea.
Ahí permaneció hasta 2018, cuando lo expulsaron del sacerdocio, luego de la desafortunada visita del papa a Chile, en la que manifestó “todo es calumnia”, al referirse a las acusaciones de encubrimiento en contra del obispo Juan Barros.
Pero, ¿por qué no se investigó a tiempo? ¿Quiénes eran los hombres que acompañaban a Karadima y lo encubrían? ¿Por qué nunca fue condenado por la justicia chilena? ¿Quién era realmente Fernando Karadima?
La formación de Karadima, su mentor y otros sacerdotes
Durante más de 50 años, la parroquia El Bosque no fue lo que precisamente sus fieles pensaban, un ejemplo a seguir. Las redes de complicidad y silencio que lograron consolidarse durante esas décadas, se tejieron durante la formación de Fernando Karadima junto a varios de los hombres más conservadores e influyentes de la Iglesia.
El primero de ellos, Alejandro Hunneus Cox, un prestigioso y acaudalado sacerdote que vivió entre 1900 y 1989. Hunneus formó a Karadima y lo transformó en su sucesor al pensar que era un hombre excepcional.
Tras cumplir su sueño de construir una parroquia única en el barrio y una asociación clerical chilena que formara a sus propios sacerdotes, la Unión Sacerdotal del Amor Misericordioso del Sagrado Corazón de Jesús –más conocida como Pía Unión– logró reunir a una decena de jóvenes candidatos con vocación sacerdotal, entre ellos, Fernando Karadima.
Con respecto a la instrucción, el sacerdote Emilio Tagle Covarrubias destacaba por su preparación e influencia que tendía a la prédica moral, desde una postura de superioridad. Karadima no sólo tomó clases con él, sino que asistió a retiros espirituales que eran parte del plan formativo de la Pía Unión.
Quien también fue seminarista de El Bosque fue Raúl Claro Hunneus. El arquitecto Juan Pablo Zañartu, hijo de la escritora Marcela Paz, acusó que en dos ocasiones Claro lo invitó a acostarse con él. Acusaciones que también incluían a Karadima, con quien tuvo que confesarse varias veces.
«Juan Barros estaba parado ahí, mirando, cuando me abusaban a mí.»
En ese tiempo, los novicios debían mantener completa obediencia a sus superiores. Años después, Karadima mantenía vivas dichas costumbres y ejercía un férreo control sobre quienes lo rodeaban. Así comenzó a exigirles que debían confesarse sólo con él y relatarles los detalles más íntimos de sus vidas.
Durante los años 50 y 60, testigos confirmaron que Karadima pasaba horas hablando con Alejandro Hunneus en su pieza ubicada en el primer piso de El Bosque.
“Hunneus parece haber valorado sus dotes para expresarse en público, pues en la prédica desplegaba un innegable magnetismo. Por otra parte, Karadima era sobrino de un obispo y, aún mejor, había estado cerca del padre Hurtado. Al parecer, Karadima lo convenció de que había sido discípulo y secretario de Hurtado”, publicó CIPER Chile.
Continúa: “Es imposible culpar a Hunneus o a otros de los maestros de Karadima por las conductas que terminaron condenándolo a una vida de oración y penitencia. Pero es posible que algunos filtros, en la fórmula ideada por Hunneus para formar sacerdotes, no hayan funcionado debidamente”.
En 1961, el Vaticano ordenó que todos los postulantes de El Bosque se fueran al Seminario Pontificio, por ende, el tono conservador y moralista inculcado por la Pía Unión, se detuvo.
Eterna lealtad a “El Santo”
Karadima fue nombrado párroco titular de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de El Bosque en 1985, puesto en el que permaneció hasta 2006.
Según la periodista María Olivia Monckeberg y su biografía Karadima, el señor de los infiernos, publicada en 2011, “el formó a unos 40 sacerdotes y cuatro obispos, y esto hacía que fuera un hombre muy poderoso”, según señaló a BBC Mundo. Respecto al número de víctimas, no se sabe, porque muchas “no han hablado”.
“Existía un endiosamiento terrible del personaje. Le decían ‘El santo’ o ‘El santito’. Era un pensamiento casi de secta”, revelaba la autora.
Y no sorprende que una veintena de cartas llegaran décadas más tarde al Vaticano usadas por la defensa de Karadima, como su último intento para convencer de que el expárroco de El Bosque era inocente. Llaman la atención los documentos enviados por los obispos Tomislav Koljatic y Horacio Valenzuela, quienes atribuían las acusaciones a un complot de la izquierda y los masones, y no a los abusos sexuales de Karadima.
Los denunciantes James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz acusaron incluso que los obispos formados por Fernando Karadima –Andrés Arteaga, Juan Barros, Koljatic y Valenzuela– encubrieron por años los abusos que cometía su mentor.
En las cartas enviadas al Arzobispado de Santiago y al Vaticano, sus discípulos lo describían como un hombre recto y bondadoso: “un hombre que ha centrado su vida en la Eucaristía, celebrada y adorada, con fervor”, “un hombre que atrae las cosas de Dios”.
Sin embargo, tras el fallo condenatorio del Vaticano, 16 de los 19 curas pertenecientes a la región Metropolitana firmaron una nueva carta respaldando a las víctimas. “Inicialmente nos resultaba muy difícil de creer, y ahora queremos escuchar, acoger y acompañar a quienes tanto han sufrido. Hemos requerido de mucho tiempo para recorrer este largo y difícil camino a la luz de la investigación y la realidad de los hechos”, afirmaron.
Quienes no se arrepintieron fueron Julio Söchting (Pudahuel), Francisco Herrera Maturana (Pudahuel) y José Miguel Fernández (Ñuñoa). Se suman también el expárroco de El Bosque, Juan Esteban Morales, y el sacerdote Diego Ossa, ambos miembros del núcleo más íntimo de Karadima.
En su carta, Herrera ataca directamente a James Hamilton apuntando que el motivo de la denuncia no es otro que “un problema matrimonial público y el descuido de su vida cristiano y de oración (…) Mi impresión personal es que el descontento y alejamiento del presbítero Hans Kast se debieron más por anhelos de estudio no satisfechos y frustración como profesor en el Seminario Pontificio, del cual salió muy mal evaluado”, publicó CIPER Chile.
En los documentos, Tomislav Koljatic y Horacio Valenzuela aventuraron otra explicación: la acusación contra Karadima era más bien parte de un complot destinado a desacreditar a la Iglesia en temas morales.
La fidelidad de Karadima “al Santo Padre y al Concilio, al Rosario y a la celebración de la Eucaristía”, desató en la izquierda “una violenta persecución no sólo al Padre sino que a la Iglesia chilena. En los medios no se ha respetado nunca la presunción de inocencia (…) Tristemente en estas acusaciones han convergido enemigos declarados de la Iglesia (masones y liberales) y más de algún eclesiástico que no comparte la línea del Padre Karadima”, señalaban.
Koljatic, Valenzuela y Juan Barros no sólo enviaron cartas al Vaticano, sino que viajaron a Roma. No lograron absolutamente nada.
Recordemos que Juan Barros fue acusado de encubrir los abusos sexuales cometidos por Karadima en los años 80 y 90, por lo que hubo una fuerte presión social desde que fue nombrado en 2015 obispo de Osorno para que abandonara el cargo.
En 2018, el papa Francisco admitió que había cometido un error grave al defenderlo durante su visita a Chile, lo que provocó también que enviara al arzobispo de Malta, Charles Scicluna, para indagar los abusos en la Iglesia chilena.
Scicluna dirigió la investigación que terminó en un informe de 2.300 páginas, el que expuso una “cultura del abuso” al interior de la Iglesia chilena. En septiembre Karadima fue expulsado de la Iglesia por decisión del papa.
Luego de la expulsión de Karadima, 34 obispos chilenos presentaron su dimisión a Francisco. “Hemos puesto nuestros puestos en manos del Santo Padre y dejaremos que él decida libremente por cada uno de nosotros”, informaron los obispos en una rueda de prensa desde el Vaticano.
Tras esos dichos, el papa aceptó la renuncia de Barros al igual que la de dos obispos más, de Puerto Montt y Valparaíso.
“Una cosa es haber participado de una parroquia y otra cosa muy distinta es haber sido testigo de cosas por las cuales se condenó a un sacerdote. Jamás fui testigo de eso”, decía en esos tiempos el obispo Barros. “Juan Barros estaba parado ahí, mirando, cuando me abusaban a mí”, respondía Juan Carlos Cruz, uno de los denunciantes de Karadima.
La prescripción del caso, sin cárcel
Sin pasar un solo día en la cárcel, así murió Karadima. En la completa impunidad que le otorgó la legislación chilena de aquella época, al establecer la prescripción del caso que buscaba inculpar al sacerdote por delitos sexuales a menores.
Sin embargo, la ministra en visita Jessica González determinó que las tocaciones y besos a los que sometió a seminaristas, sacerdotes y feligreses fueron un patrón de conducta del expárroco desde 1962 en adelante.
Además, el fallo sostuvo que tres de los denunciantes fueron abusados sexualmente por Karadima. En el caso de José Andrés Murillo, se estableció que al haber sido mayor de edad cuando los hechos ocurrieron, no había preceptos que sancionaran esas conductas en ese tiempo.
A pesar de haberse acreditado abusos sexuales contra los denunciantes James Hamilton, Juan Carlos Cruz y Fernando Batlle, en la legislación anterior la prescripción para delitos sexuales contra menores se establecía en plazos que iban entre los cinco y diez años después de que la víctima alcanzara la mayoría de edad.
Según la abogada y profesora de derecho penal de la Universidad Católica (UC), María Elena Santibáñez, en su columna “Prescripción del caso Karadima y acreditación de abusos”, “la determinación de la existencia de abusos sexuales por parte de los tribunales de justicia en el caso Karadima, constituye sin duda un gran avance para las víctimas y una forma de mitigar el tremendo dolor por el que han tenido que pasar”.
“Sin embargo, el caso no pudo terminar en una condena por encontrarse prescritos los delitos, lo que pone en tela de juicio la aplicación de esta institución a esta clase de ilícitos”, agrega.
Gracias al proyecto de ley que iniciaron en 2010 los senadores Jaime Quintana, Ximena Rincón, Fulvio Rossi y Patricio Walker, se promulgó nueve años después la ley 21.160 que declara imprescriptibles los delitos sexuales cometidos contra menores de edad.
De esa forma todos los delitos sobre abuso sexual a menores podrán ser investigados y condenados, independiente de la edad que posea la víctima y de los años que hayan pasado desde el momento del abuso.
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